Querido diario,
He tenido muchos nudos en la garganta (metafóricamente hablando) por lo que yo llamo el verdadero dolor: cuando ves a los que amas sufriendo. La verdad, hay demasiadas historias así que han transcurrido en mi vida y sinceramente no le tengo miedo a la muerte. Lo que me duele es ver a los que amo en dolor. De chiquita (bueno, no tan chiquita, a los 15) mis papás tuvieron un accidente que, cuando tenga más valor, les contaré. Más que el dolor de perderlos, era el dolor de saber que estaban mal y no podía hacer nada para quitarles el dolor. Eso me destrozaba.
Recuerdo pedirle en las noches a Dios misericordia por ellos (aquí su amiga la religiosa), pero no para que los dejara conmigo. De hecho, sentía que pedir eso sería un acto egoísta. Yo pedía que ellos no tuvieran más dolor y que, si se los llevaba, pudieran ver desde el cielo que yo iba a estar bien, que podía con todo, y que mi amor por ellos era tan profundo que solo quería que estuvieran en paz.
Un milagro me los devolvió, y me los dio bien. Y pese a haber estado chiquita, aprendí a amar tanto que entendí que hasta para soltar y dejar ir hay que amar mucho. Obvio, esto es un aprendizaje en una circunstancia muy dolorosa y caótica, pero que cambió mucho mi percepción de la vida.
Hoy te escribo esto porque nuevamente me enfrento con otro de aquellos dolorcitos que ya se me hacen tan conocidos. Mi bebé Lucky está en el veterinario. Aún no sé qué sucederá, pero lo único que le pido a Dios nuevamente, como tantas veces antes, es que no sufra ningún dolor. Que siga siendo mi bebé feliz, dormilón, comelón, y el perrito más sonriente del mundo, sea donde sea, pero que esté feliz.
Definitivamente amar es el mejor regalo de la vida, así sea por un ratito prestado. Cada segundo vale la pena, mientras sea con los que uno ama.
Te amo, Lucky 🐶
Valary
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